lunes, 4 de febrero de 2008

El Amor en la poesía y la filosofía



¿“Es el amor un sentimiento del alma, un demonio o un dios”, según los términos de la pregunta con la que un sublime enamorado, Plotino, abre su tratado Sobre el Eros ? Este escrito, es la Enéada III,5 (50), una de las últimas lecciones que escribiera el filósofo neoplatónico, enfermo, abandonado ya casi por todos sus discípulos y decidido a retirarse a la chacra de Zeto, cerca de Nápoles, para esperar su próxima muerte.
El amor como aspiración (éphesis) a alcanzar lo que no se posee es siempre un deseo movido por el Bien y la Belleza.Hay, por lo tanto, diversos tipos de amor. Dos modalidades de amor afectivo y pasional. Uno que ve la belleza sensiblemente incorporada, se inclina hacia el atractivo corporal y busca de saciar el apetito. Semejante gusto por lo bello, que es natural, puede transformarse en una obsesión falsa, un desatino, una falta de acierto que corre inútilmente tras imágenes de la belleza pasajeras, que la incorporan como meros barruntos fugitivos.Es posible, entonces, la detención voluntaria en una imagen sensible, seleccionada, y uniéndose carnalmente con ella tratar de hacer perdurar la belleza por medio de la acción amorosa a través de la generación en sus imágenes. El amor heterosexual y matrimonial caen bajo esta interpretación del amor que obedece a un desvío de la contemplación (hamartía) y que por eso se vuelca hacia la praxis. También es posible, sin embargo, e incluso condenable, que la pasión conduzca a la actividad homosexual, porque es ilegítima (paranomos) y contra natura (pará ten physin), lo que significa una transgresión a la ley y un acto inadmisible. Recuerda al respecto Porfirio en la Vida de Plotino: “Cuando el retórico Diófanes leyó una apología en defensa del Alcibíades del Banquete de Platón sosteniendo la tesis de que, para ser un buen aprendiz de virtud, es menester prestarse a la unión con el maestro cuando éste desee la unión carnal, Plotino saltaba de su asiento a cada paso haciendo ademán de abandonar la reunión. Pero se contuvo y, una vez disuelta la sesión, me mandó a mí, Porfirio, rebatirlo por escrito”. En ambos casos, entonces, con diferente grado de desviación el bueno es víctima de la pasión irracional. Dos formas, pues, de amor mixto, de amor impuro, mezclado en la acción, y que tienen por fin un resultado externo. Ambos, por lo tanto, son amores torpes o vergonzosos, ya que movidos por la belleza, ensayan un movimiento opuesto y tratan de unirse a ella y se alejan, en realidad, de su objetivo. De este modo en lugar de encaminarse hacia la belleza se extravían hacia la fealdad.
El amor, por lo tanto, como pretensión constante hacia lo que no se posee, es siempre un deseo y hay, como se ha visto, dos tipos de amores, obstáculos del alma, o pasiones, dominados por el apetito. Amores, en fin, que son atraídos por la belleza sensiblemente incorporada, se inclinan hacia lo sensible y buscan de este modo equivocado satisfacer la apetencia.
La belleza de los cuerpos aclara Plotino, se ama, sin embargo, no a causa de los cuerpos quue la revelan, sino por ella misma. No atraen los cuerpos precisamente porque generen belleza, sino porque en sus perfiles y armonía muestran la belleza. El amor que inspira la belleza, entonces, es un amor puro, es un deseo libre de contaminación sensible y de su servidumbre debilitante y que rechaza, por eso, la mezcla con lo impuro.Por ese motivo su sentido no se encamina hacia la praxis erótica, sino que se eleva en sentido inverso, dirigiéndose hacia lo que lo supera. Se entiende, por lo tanto, que el amor no se puede confundir con una afección o alteración anímica, sino que debe interpretarse en tanto que deseo como algo diferente, como un demonio o como un dios.
Para introducir esta enseñanza del amor como aspiración ascendente recurre, entonces, Plotino, primero, a las pruebas históricas. Al testimonio de los antiguos y de los teleógos: Hesíodo, Parménides, los órficos, quienes han enseñado la doctrina de Eros como un dios; pero sobre todo recurre al mito, al mito que enseña bajo la forma del relato tradicional y el lenguaje alegórico lo que el discurso sostiene con razones justificadas. Con semejante enfoque analiza Plotino el mito de Afrodita, la diosa del amor, y de su hijo Eros, para ilustrar la verdad con sus diversas versiones.
Habla el mito de dos Afroditas: la Afrodita Urania o Celeste, hija de Cronos, el Intelecto. Representa esta Afrodita al Alma Universal y el ojo de Afrodita es el amor. O sea, el Alma Universal aspira a poseer al Intelecto, esto constituye su anhelo o deseo constante, un hecho o intermediario firme y sustancial entre ambas hipótesis, un Eros constante, por el que una vez saciada la indigencia, el deseo, inquietud o posibilidad de ver (Penía, la Menesterosa) alcanza satisfacción, como una visión anímica que ha logrado en su interior el logos del universo, la planificación que le ha otorgado la abundancia de recursos, ( Poros, la riqueza ideal o inteligible). En este caso el Amor es un dios, obra como un intermediario , metaxy, un vínculo necesario y permanente entre el Alma y el Intelecto, aunque libre del contacto con la materia sensible. Pero un estro o frenesí del Alma fuera de sí, una inquietud sin determinación que una vez que sacia la sed se revela como vástago en el Alma: el logos universal. Hay o existen, por lo tanto, el Intelecto como hipóstasis segunda eterna, el Alma, como su imagen inmutable, y el deseo constante y real del Alma anhelante del Intelecto y que en ella se da como visión del Intelecto o Logos total. Este anhelo siendo imperturbable es un divino deseo, lo promueve la indigencia anímica y lo satisface la actualización de la riqueza de ideas de Intelecto en el Alma. El eros, por consiguiente, es en su plano más alto un auténtico dios.
Pero hay otro aspecto del Alma, el alma cósmica. La que siendo reflejo de la Universal la conoce analíticamente y de este modo la hace extenderse progresivamente en el orden sensible temporal, espacial y cambiante. La Afrodita Pandema, inferior y popular, la que preside los matrimonios, representa a este otro aspecto del Alma. Ella es hija de Zeus, el Intelecto, y de Dione, o sea, la indeterminación anímica que genera el cuerpo cósmico. Su apetencia por la belleza que resplandece en la primera Afrodita le otorga una hermosura más débil y al mismo tiempo múltiple o dividida en los cuerpos. Se trata de un ansia de Bien y de belleza estable, desde luego, gracias a la cual se mantiene el orden físico y que en los seres se manifiesta como capacidad e impulso hacia la generación. En este caso el Eros cósmico que en los astros, dioses visibles, produce el movimiento, en la Tierra su intrínseca producción y en las plantas, los animales y el hombre la tendencia a generar, es un demon, un ambivalente constituido de falta y de abundancia y que en la medida en que en los astros y a veces en el hombre se trata de apetitos inmateriales, o sea, no de deseo de belleza mezclado con el apetito del sexo se trata de démones más puros.
En suma, el anhelo más profundo del hombre, de cada hombre, de acuerdo con su forma individual inteligible, consiste en participar enteramente con su alma del alma universal y de su Eros constante que la mantiene unida al Intelecto, ya que ello le da la posibilidad unificándose de experimentar incluso el contacto inefable con lo Uno/Bien. Por eso el filósofo en el lecho de muerte podía decir a su médico Eustoquio que estaba esperando poder elevar : “lo que de divino hay en nosotros hacia lo que hay de divino en el universo”.
Pero la “huída” o “fuga” del mundo no es para Plotino un abandono geográfico del cosmos. Consiste en estar en él residiendo en el más allá, o sea, en actualizar lo que hay de eterno en todos, pero que muy pocos ejercitan. El otro amor, el amor que se siente atraído por la belleza que hay en los cuerpos , no es una pasión, una afección o pathos que relaja al alma, sumergiéndola profundamente en el flujo corporal. No, se trata de un fervor o ímpetu por la belleza que puesto en movimiento cristaliza como producción generativa. El inspirador real de la generación no es, por lo tanto, un impulso pasional, sino que es un demon, un espíritu guardián del orden natural, que con su deseo de belleza al materializarse en un plano inferior, adorna el cosmos con bellezas pasajeras. De este modo se va completando el poema, la obra de creación física y en ella colabora el artista, que es esencialmente poeta, no de la imitación de los seres sensibles. No imita el poeta, sostiene Plotino, las figuras, los colores, los movimientos menguados de los seres naturales y su coordinación, sino que se eleva sobre ellos, se identifica con la inspiración misma que lleva a la naturaleza a producir y de acuerdo con esa misma contemplación produce obras, ciertamente efímeras, pero que completan el orden natural. El amante, el músico y el filósofo son instrumentos de una exaltación, de un demon custodio del orden perdurable, que los lleva a buscar la belleza, la eternidad y la verdad por el camino de una escala de triple acceso que asciende hacia la felicidad.
Por ese motivo la enseñanza de Plotino sobre el eros no se agota con lo expresado. El amor no es sólo un lazo que con su tensión arrebatada permite mantener unido el cuerpo físico al alma, el alma particular y natural a la del universo y ésta al Intelecto, como demon y dios, respectivamente. El amor es mucho más para Plotino. Por su índole divina ya en el Intelecto, es el intermediario mismo, el vehículo que lleva a la unión mística o indecible. Porque en efecto, el intelecto humano, despojado de inquietudes anímicas, libre incluso del ejercicio intelectivo, al quedar ebrio de la luz inteligible que resplandece en las formas, poseído por el delirio que el mismo Bien le inspira, tiene la posibilidad de erguirse sobre la misma belleza e intelectualmente trastornado dejar irrumpir en sí la ruptura y liberación de todo límite dejando de ser él mismo. Se trata, sin duda, del Eros maníaco del Fedro platónico, de la locura del amor divino que presta alas para que se pueda cumplir el vuelo del “Solo hacia el Solo”. Es ahora, en la simplicidad ilimitada de lo sin forma (aneideos), en el toque del Uno/bien, cuando la raíz del alma humana experimenta que el Bien ni siquiera es Bien, puesto que carece absolutamente de deseo y, por lo tanto, de inclinación hacia sí mismo y que como puramente Unico: “Se ama, su pura luz, siendo él mismo lo que ama (heatón agapesas, augén katharán, autós en touto, hoper égapese)”. Amor, amante y amado, Uno indiscernible. Potencia Universal, que en sí misma sobreabunda y que cuando promete amable felicidad invitando a la belleza, a al eternidad y a la verdad, ya es otra cosa, que lo oculta, bajo el velo trascendente de la vida, del ser y del conocimiento.
Dios como Amor, como donación y entrega, que se ofrenda porque quiere gratuitamente a la criatura y el amor humano despojado de interés que inversamente se vuelca hacia Dios imitando su Voluntad, es otra imagen, la ilustración del amor cristiano, que Dionisio Areopagita reviste exteriormente de atuendos extraídos de la Escuela Neoplatónica de Atenas, de Proclo o de Damascio, pero que Plotino filosóficamente no podía aceptar ni comprender. Por este motivo entiende que el Bien está más allá de la Belleza, ya que ésta atrae como algo amable para sí y para los demás, mientras que el Bien es simplicidad en sí mismo. Del nacimiento de la Belleza proviene el hecho de que el Alma, pueda amarse a sí misma y de este modo el alma humana, por voluntad particularizadora (órexis), descender al mundo.
Posiblemente a través de la influencia mística y el esoterismo islámicos la concepción plotiniana del amor haya ingresado en la Edad Media. El amor como culto de la belleza que libera y como una vía iniciática de perfeccionamiento y liberación, parece haber sido la actividad propia de los Fedeli d’ Amore, puesto que ellos son por antonomasia “amantees de la belleza”. Desde Christian de Troyes el simbolismo se hará visible en las novelas de caballería y la belleza femenina como un espejo limpio que pirifica y eleva al amante hacia el paradigma, siguiendo la vieja tradición del Primer Alcibíades conservada por los sabeos de Harrán, llega también, aunque a través de Boecio hasta la Vita Nuova, Beatrice, el amor poético; la donna gentile del Convito, el amor filósofo, y concluye en el amor sereno, que nada dice, el amor enamorado, de la poética de Dante Alighieri.

Por Francisco García Bazán


BIBLIOGRAFÍA
F. García Bazán, “La concepción griega y cristiana del amor”, en Homoousios I/1 (1976), 10-33.F. García Bazán, “Le Dieu trascendant dans le néoplatonisme et chez Denys l’Aréopagite”, en Denys l’ Aréopagite et l’ ontologie néoplatoncicienne, Atenas, junio 28-julio 2, 1993.F. García Bazán, “La descente et l’ascension de l’âme selon Plotin et la plemque antignostique”, en PSYCHONODIA. Religions mystériques et destinée eschatologique de l’âme, Paris 7-10 de setiembre de 1993.F. García Bazán, Vicente Fatone, Filosofía y poesía, edición, introducción y notas, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1993.Tamara M. Green, The City of the Moon God. Religious Traditions of Harran, Leiden, Brill, 1992.

Agradecemos al Dr. García Bazán la autorización para publicar este artículo, ya aparecido en Revista Letras , Buenos Aires 1995 EL AMOR EN LA POESÍA Y LA FILOSOFÍA.

1 comentario:

Pesce dijo...

Gentile collega, vorrei entrare in contatto diretto con Lei, sono Mauro Pesce, Università di Bologna Italia
mauro.pesce@unibo.it

grazie!
cordialmente
Mauro Pesce