jueves, 21 de febrero de 2008

ACERCA DE LA SEDUCCION




Acerca de la Seducción
Por Olivia Cattedra
Villa Victoria, 2-6-06

Tagore: “No construyas tu amor sobre un precipicio”


El tema que nos convoca se relaciona, de alguna manera, tanto con la moda como con la búsqueda afectiva profunda, a veces desesperada. Es decir, con lo más frívolo y con lo más esencial al mismo tiempo. Nuestra sociedad recibe un alto impacto de condicionamientos externos gracias a “la moda” y, al mismo tiempo, se desmaya en el abismo de la carencia de sentido, afecto y genuina libertad.

Cuando realizamos un acercamiento etimológico al tema de la seducción, surge inmediatamente una dificultad. En efecto, seducción quiere decir, engañar.

Sin embargo, cuando hablamos de seducción en el mundo común, es posible que estemos implicando dos cosas, presentando dos significados en el término, uno genuino y otro alusivo:

1. La seducción propiamente dicha y acá el problema porque supone el engaño.

2. Lo que la gente quiere decir cuando habla de seducción; y en este caso, parece que lo que están pensando o concibiendo es otra cosa y en este sentido deberían utilizarse otros términos, por ejemplo: atracción, elegancia, magnetismo[i], y fundamentalmente cortejo. Aparentemente, a partir de un equivoco empleo del término seducción, es posible que se esté implicando la construcción del vínculo esencial con el “otro significativo”.


En el primer caso, deberíamos reflexionar: ¿Qué futuro tiene una sociedad que fundamenta sus vínculos esenciales en el mecanismo de la seducción, es decir, en el engaño?

En el segundo caso, debemos tener presente es la siguiente pregunta:

¿Qué busca realmente el ser humano en un nivel más que biológico? O más precisamente, un individuo que se conciba a sí mismo como un ser empírico-psicológico, qué halla y cómo se halla a sí mismo ante la experiencia del encuentro fundamental?

Seguramente habría muchas respuestas, y estas dependerán de qué concepción antropológica prive. En una perspectiva filosófica tradicional, o sea, no moderna, y más bien clásica, diríamos que el ser humano se busca a sí mismo. Y en este camino, el tema del otro y del vínculo amoroso, como diría Buber, que no es un pensador antiguo, es un tema esencial.
Más aun, entre los antiguos, Plotino definirá al amor como un ejercicio, una actividad, del alma tendiendo hacia el Bien[ii]. Así las cosas, nos encontramos introducidos en una realidad de orden ontológica y espiritual. Esto significa que ingresamos en una dimensión donde la veracidad no es solo una opción ética sino una fuerza constitutiva, no acepta engaños. El engaño, que siempre es autoengaño, o la mentira, tiene en estos planos, consecuencias psicológicas nefastas, desintegradoras. Luego, ¿cómo y qué pensamos acerca del vinculo con el otro y, en ese contexto, que pensamos de la seducción?

Por su parte, el amor propone un intenso ejercicio sobre uno mismo, un arduo proceso de autoconocimiento, de relacionarse con la propia mismidad, como intentaremos mostrar más adelante. Por consiguiente diremos que el amor es un vehículo de maduración.

Busca la integración emocional psicológica de la persona, y desde allí, mediante una eventual ruptura de nivel psicológico, un salto hacia lo espiritual, que es consistente y necesario en el hombre en búsqueda de sí mismo.

Acontece una curiosa paradoja: en el mundo común, en los cursos y seminarios “cotidianos”, cuando se presenta el tema del amor; el auditorio ofrece un principio de reacción que daría lugar a pensar en una fruslería, casi un tema cursi… Alguien dijo por ahí, creo que Neruda, que cuando todo es cursi, se cae en el hielo. Así, si miramos la historia y la literatura, nos damos cuenta que el amor es el gran tema que significa y resignifica los caminos de los destinos individuales, así como el desamor los distorsiona.

Para los griegos más antiguos, el amor era una de las Moiras, diosas y fuerzas del destino. Esto quiere decir que, cuando se presenta en la vida, lo hace en forma de experiencia inevitable e inescapable. Borges, en uno de sus maravillosos poemas, da cuenta de estos aspectos cuando nos dice: “…Es el amor, deberé esconderme y huir…”; y el poema sigue mostrando cuan inútil es tal huida. Hacia el final del mismo, destaca la intensidad y correlación ontológica del amor en estos términos: “…esta habitación es irreal, ella, no la ha visto…”[iii]



Nos dice Ellemire Zolla[iv], pensador italiano especialista en arte y mística “…. El hombre madura enteramente solo a condición de afrontar, comprender y absorber en sí a la mujer; no a una mujer cualquiera de ciudad o de campo, sino a la custodia de la sabiduría que reside en el centro del mundo, difícil de encontrar en cuanto el hombre pretender gobernarla…”[v]. Gracias a la androginia fundamental de la psique, el comentario que es válido para el hombre, lo es, especularmente, para la mujer. Cada uno de ellos sé verá confrontado a la necesidad imperiosa de reconocer, a través del otro, su opuesto complementario interno, clave esencial del autoconocimiento.

En esta perspectiva, hallamos que el tema de la seducción plantea una disyuntiva:
La seducción en sí, vacua, por un lado; y por otro aquello que llamamos seducción, más bien cortejo, en relación con las búsquedas amorosas.

Ahora bien, como siempre, Oriente nos ofrece alguna que otra luz. En este caso, la sabiduría china enseña que “…lo que no se busca como corresponde no se encuentra…”[vi]; desde luego, el mecanismo de causa – efecto, no es ajeno, por tanto, si alguien se involucra en una búsqueda real, es posible que encuentre algo real; pero si se busca engañosamente, –aun desde un lugar inconsciente- desde luego que el resultado será, además del engaño en sí mismo, el autoengaño; pues como todos sabemos, en ciertos niveles vinculares, el otro es uno.

Y de las dos posiciones sobre la seducción (posiciones tal vez excluyentes) se derivan dos grandes mensajes espirituales, filosóficos y sociales en la idea de seducción. A su vez, como todo mensaje deberá ser prolijamente evaluado por cada cual, ya que cuando los mensajes externos se aceptan sin reflexión, puede llegar a ser muy perturbadores. Por lo tanto, las siguientes líneas serán una invitación a la reflexión.

1. El mensaje de seducción en sentido estricto, es un mensaje de engaño. Ya se ha señalado que etimológicamente seducir es un término latino que viene de seducere que significa engañar con arte y persuadir suavemente al mal. En su segunda acepción sugiere embargar o cautivar el ánimo: La primera de estas ideas, embargar, implica perder la independencia; por su parte cautivar es, por supuesto, sacar la libertad.

2. El mensaje de lo que deberíamos denominar el mal uso del término seducción que tiene que ver con el ejercicio del cortejo como manera de acercarse al otro, en busca de uno mismo, y que, desde el punto de vista de lo femenino implicará reconocer la cualidad sui generis del femenino que cada mujer lleva en sí, y que vamos a tratar de ubicarlo mediante algunos arquetipos. Acá entra en juego lo que mencionamos de Zolla.



1. PRIMER CASO:


Consideremos algunos ejemplos mítico-literarios acerca de la seducción en tanto engaño: Un ejemplo clásico es Circe, la hechicera homérica.
En realidad, hay dos Circe:

Hay dos textos donde aparece Circe: en Homero, la Odisea, y en Apolodoro, las Argonaúticas. El nombre Circe viene de kirke, - Kirkos quiere decir anillo- y es un símbolo de la primavera, “la que inicia, en el cenagoso mes de Piscis, donde la materia se vuelve a mezclar con las formas puras posibles –las ideas disponibles- para volver a dar forma a la realidad material”, a la experiencia.

Acá Circe representa el punto de inflexión donde los pensamientos se concretan en experiencia

En Homero también es una sacerdotisa que hace dar vueltas en círculo a las víctimas. Nos dice nuevamente Zolla: “…El nombre de la purificadora evoca las manifestaciones circulares, los encantos que circulan, las potencias sutiles que acercan al evocado…al gavilán que circula sobre la presa y la red circula de tiro mediterráneo llamado gavilán…”

En Apolodoro, Circe es la sacerdotisa iniciadora, la que trae la vida, y muy distinta del perfil de la Circe de Homero, que responde más bien a las raíces patriarcales y aqueas de la cultura propia de la Odisea.

Refiere H. Bauzá que, dicho sea de paso, en las parejas de gavilanes, la hembra es más fuerte. Y acá tenemos muy claro el ejemplo de la red-tejido-caza.

La Circe de Apolodoro es una liberada en vida, una mujer solar, dueña de sí. En la Odisea, es la seductora.

Desde luego, en Homero veremos otro aspecto polar que tiene que ver con Circe la encantadora y seductora que teje engaños; frente a ella se yergue Penélope, afincada en el amor y la fidelidad, que desteje –y desenreda- de noche, es decir, en la soledad introspectiva del silencio nocturno, la trama de los mismos engaños y de los vericuetos del destino.

Otro detalle de la Circe homérica, es que aparece en algunas formas como el regazo de las sirenas. Desde luego, el regazo en tanto símbolo, posee aspectos opuestos y complementarios: es el regazo materno, pero también es el espacio de las fuerzas instintivas y no concientes, por ello, alude a un poder sutil, que en el caso de las sirenas se relaciona con lo mortal y lo erótico en su función negativa.

Así, nos dicen que “…El nombre de Circe-Sibila es “luciente” o Morgana, “espuma marina” “experta en medicina y en venenos, en alucinógenos y en cantos mágicos, trabaja en el telar de los sortilegios; como Circe, hila la vida de los mortales…”[vii]

Un celebre párrafo de la Ilíada, cuando Héctor insulta a su hermano Paris, lo hace de esta manera: “pérfido, seductor…”[viii]

b. En cuanto a las sirenas[ix], en este rango engañoso, aparecen desdibujadas. Las sirenas también intentan cautivar a Ulises: pero,
¿Qué simboliza el periplo de Ulises hacia su casa? ¿Qué es la casa de Ulises? La casa, el hogar, representa su ser más profundo. El camino hacia sí mismo es un camino siempre sinuoso y extraño; aun así, es el verdadero tema de la vida: Se trata de un proceso de integración, de autoconocimiento en definitiva, del que habla Zolla y sus accidentes siempre están referidos a situaciones de seducción y su consecuencia o su efecto de distracción. La distracción, como explica la sabiduría india, puede significar la muerte[x]. Como ya se dijo, la contraparte de las sirenas y de Circe, en el mito de Ulises es Penélope, la que desteje de noche lo que se tejió durante el día: acá tejer es tejer engaños, también mezclar y confundir, por eso, insistimos, de noche, en la interioridad y soledad se da lugar al discernimiento

c. Un nuevo ejemplo lo brinda la polaridad Odile-Odette, del ballet del El lago de los cisnes[xi]

Veamos una síntesis de la historia: El cisne blanco, que representa la esencia femenina en su forma más pura se dirige al príncipe Sigfrido y le revela que es Odette, la reina de los cisnes y le cuenta su historia: Es una princesa de alta cuna que ha caído bajo el hechizo de un malvado brujo. Este la transforma en cisne durante el día. Solo entre la medianoche y el amanecer puede retornar a la forma humana y así quedara a menos que un hombre la ame, se case con ella y le jure eterna fidelidad. Solo entones será salvada y será nuevamente un ser humano permanente. Si esto sucede, pero fallara y no fuera un amor verídico, ella permanecería como cisne para siempre.

Es más, Odette le explica al príncipe que el lago en el cual nada el cortejo de las damas-cisnes, fue hecho por las lágrimas de su madre cuando se concreto el hechizo. Sigfrido responde declamado su amor y su fidelidad. En ese momento viene el brujo y enojado, Sigfrido saca el arco y una flecha para matarlo. Odette interviene diciéndole que si lo hace antes de deshacer el hechizo, ella morirá con el brujo.

Cuando el brujo parte, Sigfrido la abraza y la invita al baile de la corte para poder elegirla allí como su consorte. Odette se niega y le explica que ella no podrá asistir hasta que no esté casada y el brujo no tenga más poder sobre ella. También le advierte a Sigfrido que el brujo echara mano a cualquier forma para impedir la disolución del hechizo y poder mantenerla bajo su poder; al mismo tiempo buscará engañar al príncipe y hacerle romper su voto. Si acaso esto sucediera, el destino de Odette es la muerte. Una vez más, Sigfrido jura su amor eterno. Amanece y Odette se transfigura y desaparece. Sigfrido queda abrumado.

La próxima noche, se reúnen los huéspedes del baile presididos por la reina madre. Esta ha elegido seis princesas como novias posibles pero éste está preocupado por su voto a Odette y no presta atención. Enojada y celosa ante las intenciones de su hijo, la reina lo critica por su comportamiento extraño. En este instante, se anuncia el arribo de dos nuevos invitados. El Barón de Rothbart y Odile.
Sigfrido contempla hechizado a Odile, vestida completamente de negro, pues es la imagen de Odette. Odile le devuelve la mirada con un apasionamiento frío. En la distancia, en una bruma aparece la imagen de Odette pero Sigfrido no la ve por el hechizo.
El barón, al advertir el hechizo de Sigfrido, sonríe triunfante. El barón es el mismo brujo, y ha logrado engañar a Sigfrido; induciéndolo a romper su promesa de fidelidad. El barón- brujo va sonriente hacia la reina madre y le dice que espera que su hijo se case con Odile. Por su parte, el príncipe baila con Odile completamente seducido, hechizado; el baile no es tierno, sino un baile arrogante, frío y presuntuoso. Seducido por la belleza de Odile y su parecido con Odette, el ya no es dueño de sí.

En medio de los giros aparece en una bruma la visión de Odette. Odile gira interponiéndose entre Sigfrido y la visión; y este no puede verla. Odile persiste en su danza circular sobre Sigfrido[xii], fortaleciendo su poder sobre él. Totalmente hechizado, Sigfrido le pide al barón la mano de Odile. Este consiente al matrimonio pero le pide a Sigfrido que jure que jamás amará a otra. Sigfrido se siente mal ante estas palabras, pues le suenan familiares. Evidentemente experimenta una crisis de dimensiones internas; su yo exterior engatusado su yo interior luchando por la lucidez generan el malestar. Sin embargo, al carecer de madurez suficiente y del arraigo interno que la madurez conlleva, su atracción por Odile gana provisoriamente la partida y hace el juramento. La imagen de Odette reaparece y la música se va tornando desesperada. Barón y Odile ríen triunfantemente, Sigfrido se da cuenta horrorizado y ve a la distancia los sollozos de Odette que se aleja en total desprotección. Lleno de culpa y horror, ha caído víctima del plan del hechicero. Sigfrido se desmaya en el suelo. La seducción ha cumplido su plan de engaño y poder.


c. Menos conocidas, pero significativamente peligrosas son las Apsaras o ninfas celestiales de la mitología hindú. Ellas son, específicamente, espíritus de las aguas[xiii]; en sus andanzas aparecen frecuentemente en relación con los ascetas. En efecto, ellas eran enviadas por los dioses a los ascetas que meditaban demasiado, a fin, nuevamente, de distraerlos.
He aquí el motivo: Se creía que el poder meditativo de los ascetas podía menoscabar el poder de los dioses gracias a su concentración. Por tanto, las apsaras iban a tentarlos, para debilitar el poder ascético y su fruto que es el conocimiento espiritual. Las Apsaras son paralelas a las valquirias, y conseguir su amor significa pasar al cielo; sin embargo, el costo es la muerte, por lo menos la muerte en relación con el mundo terrestre.

Nos dice J. Varenne:
“…En este plano, el deseo se nos presenta como otro nombre del destino: un bien o un mal absoluto del cual no son responsables ni el hombre ni la mujer, puesto que ni los manes ni los propios dioses llegan a gobernarlo.
Para los poetas védicos, son ante todo las mujeres quienes inspiran este deseo, del cual aparecen como la encarnación misma.
Las diosas del espacio intermedio –las apsaras- vuelan incesantemente entre cielo y tierra, y sin duda lo que más las caracteriza es su libertad soberana, sus caprichos hacen enloquecer a los hombres y estremecen a los dioses. Ellas presiden también, el juego de dados[xiv], y se divierten otorgando la suerte por encima de toda lógica a quien desean, según su capricho. Semejantes a las walkirias[xv] del panteón germano, recorren los campos de batalla y escogen amantes entre los combatientes. El designado por ellas de tal manera, será muerto en batalla para ser luego arrebatado hacia el cielo, donde podrá gozar sus favores hasta la saciedad. Vemos pues una ambigüedad, ser elegido por las apsaras constituye una ventaja para el humano, en cuanto a que vivirá toda una eternidad de voluptuosidades entre los dioses, pero significan entre todo, la muerte. Asimismo, los poetas védicos dicen que la intervención de las apsaras es fuente de victoria en el juego y en el combate. Por su conducto llega a sí la riqueza, la felicidad y la voluptuosidad a nuestro bajo mundo y también se otorgan dichos bienes en el otro, mundo, aunque allí ya tienen un carácter permanente…”[xvi]

d. Otro ejemplo que flota en el umbral de la historia, la leyenda y la poesía es la clásica Cleopatra. No tan bella y mucho más sabia, esta ultima reina griega[xvii] de Egipto, es inmortalizada por Shakespeare:

“…Dice Pompeyo:

“…Están reunidos en Roma, esperando a Antonio. Pero, oh lúbrica Cleopatra, que todos los encantos del amor suavicen tus labios marchitos! Que la hechicería se una en ti a la belleza y la lascivia a la una y la otra! Encadena al libertino en un campo de fiestas; mantén su cerebro en ebullición; que los epicúreos cocineros agucen su apetito por medio de salsas estimulantes, a fin de que el sueño y la buena comida amodorren su honor hasta que haya caído en un letargo del Leteo…”[xviii]

Cuando reacciona, ya en Roma, Antonio responde a Octavio:

“…Horas emponzoñadas me habían privado enteramente del conocimiento de mí mismo”[xix]

Relata Enobarbo el encuentro entre Antonio y Cleopatra: “…Sus mujeres, parecidas a las nereidas, como otras tantas sirenas, acechaban con sus ojos los deseos y añadían a la belleza de la escena la gracia de sus inclinaciones…” y en cuanto a la misma Cleopatra, nos dice: “…Las demás mujeres sacian los apetitos a que dan pasto; pero ella, cuanto más satisface el hambre, más la despierta, pues infunde en cosas más viles tal atractivo que los santos sacerdotes la bendicen cuanto está rijosa…”[xx]

Antonio que, como le dirá el adivino, posee un genio noble, valiente y a la vez tímido[xxi], flota en un lugar incierto y ambiguo; él se debate en la tensión entre Cleopatra y Octavia, aunque a esta última lo une solo la política, la conveniencia y, en cierto modo, el honor.

En medio de su vacilación hay un punto que Antonio tiene, sin embargo, claro y es la diferencia entre el amor y el poder: La obra empieza con un discurso famoso: “…Húndase Roma en el Tíber…Los tronos son de arcilla y lo noble de hacer, es esto... (y la besa)…”[xxii] .

Hasta aquí hemos mostrado los ejemplos de la seducción vinculada a su eje simbólico, construido en torno a las nociones de engaño, confusión, perdida de sí, capricho del ego, juego y muerte. Pasemos ahora, al otro extremo de nuestras reflexiones.
[i] Este también, puede ser evanescente o constructivo, por así llamarlo.

[ii] Plotino, Eneada III.5, 4.20, trad. Jesús Igal, Madrid, 1985, p. 130
[iii] J.L.Borges, “El amenazado”, Obras Completas.
[iv] E. Zola “Circe, la señora” en Epimeleia, año IV, num. 8, Buenos Aires, 1995, p. 169-182
[v] Ib.
[vi] I ching, el libro de las mutaciones, trad. R. Wilhelm, ed. Sudamericana, Bs. As. 1977, p. 210.
[vii] Zola, op. cit. p. 179
[viii] Cf. Pierre Vidal Naquet, El mundo de Homero, FCE, Bs. As. 2001, p. 79
[ix] Ib.p. 15

[x] Cf. “El diálogo de Sanatsujata”, trad. comentarios y notas, O. Cattedra y M. Fernández de Bobadilla, Hatha yoga en el yoga, Buenos Aires, 2006
[xi] Este ballet fue de P. I. Tchaikovsky fue estrenado dos veces, en 1877 y 1895. el guión, basado en una antigua leyenda alemana, se debe, presumiblemente a Vladimir Begivech quien seria en ese momento director del teatro Bolshoi en Moscú; ver además, Linda Schierse Leonard, On the way to the wedding, Shambala, Boston, 1987
[xii].Recordemos lo señalado mas arriba, la relación entre lo circular y Circe: "...el poder que tiene Circe de desencadenar alucinaciones metamórficas y de hacerlas cesar se manifiesta en la forma de un conjunto de monstruos..."




[xiii] Ap, lit. agua en sánscrito.
[xiv] Cf. E. Zolla, La Amante Invisible, Caracas 1988, p. 130
[xv] Ib. p. 120ss
[xvi] Jean Varenne, El tantrismo, ed. Kairos, Madrid 1986
[xvii] La dinastía de los Tolomeos era griega, procedían de un lugarteniente de Alejandro Magno.
[xviii] Shakespeare, Antonio y Cleopatra, trad. Luis Astrana Marín, Ed. Espasa Calpe, 6ta ed. Madrid 1984, Acto I, escena 1. Véase también, Plutarco, Vidas Paralelas VII, Demetrio y Antonio.
[xix] Ib. II.2
[xx] Ib. II.2
[xxi] Ib. II. 3; demonio, en el sentido de daimon, en el original.
[xxii] Ib. Acto I.

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